Sangre, muerte, dolor y luto

El miércoles 11 de junio fue un día nefasto para la democracia y para todos los bolivianos. La angurria de poder de Juan Evo Morales Ayma acarreó muerte, dolor y luto. La sangre de nuestros compatriotas se derramó en las carreteras y en el pueblo de Llallagua, marcando una nueva herida en la historia de Bolivia.

Abogado.

*Por Víctor Hugo Callau Barranco – Abogado

Una vez más, el candidato inhabilitado, con denuncias penales por delitos sexuales y con orden de aprehensión vigente, mostró su furia, su lado más oscuro y criminal, esta vez contra la Policía Boliviana, pero también contra toda la población.

Está furioso, enloquecido, dispuesto a todo. Su gente, siguiendo sus órdenes, causa dolor y muerte con el objetivo de tumbar un gobierno legalmente constituido y forzar su habilitación como candidato en las elecciones generales del próximo 17 de agosto.

Morales actúa cobardemente, escondido en su territorio, en silencio, pero moviendo los hilos del caos. Ordena convulsionar el país sin importarle las consecuencias humanas. No le importan las madres que lloran, los hijos que no regresan a casa, los pueblos aislados ni los enfermos que no pueden llegar a los hospitales. Bloquea carreteras, fomenta ataques con dinamita y armas letales. Su ambición es tan grande que ya no distingue entre lo político y lo humano.

El dolor se ha vuelto cotidiano. Las familias bolivianas viven con miedo, presas de la incertidumbre, víctimas de un enfrentamiento que no pidieron. Bolivia no merece más luto.

Hoy, su ambición desmedida prioriza el poder político por encima de la vida misma. La historia no olvidará este episodio, ni tampoco a quienes lo provocaron. La sangre derramada clama justicia y verdad.