Nona Vargas es periodista, esposa de Tuffi Aré, con su testimonio desgarrador quiere que tomemos conciencia de lo difícil que es dar esta pelea al coronavirus.
Desde hace 10 meses, al cada cierre de jornada conocemos las cifras de personas contagiadas con Covid-19. Parecen lejanas, suenan a números vacíos que suben y bajan.
Probablemente estás entre los que recibió la visita del virus o fuiste asintomático.
Yo estaba en el grupo que escuchaba la cifras día a día y no esperaba (tan pronto) ser parte de las estadísticas.
Hasta que en sin darme cuenta, cuando mi madre cayó enferma, comencé mi propia pelea.
El virus tomó mi cuerpo durante tres días y lo molió gramo por gramo. Al principio sentí y aguanté sus golpes pensando que era dengue; con ese ya me había enfrentado antes y pensé que pasaría.
El cuarto día se elevó mi temperatura y se apretó mi pecho. Ahí comenzaron mis dudas y fui al laboratorio.
La toma de la muestra fue casi aterradora e inolvidable. Medio metro de un hisopo en la nariz que penetra hasta topar con la nuca, te hace odiar a quienes han inventado esta mierda y te obliga a lagrimear y recordar que no estamos inmunes al desgraciado virus que va avanzando de la garganta a los pulmones.
El día 5 y ya positiva por Covid, el maldito te aprieta la garganta y no te deja hacer una de las cosas más sagradas de la vida: suspirar por amor, por tristeza, por dolor o por olvido.
Nada nunca me había apretado tanto, con dolorosas punzadas. Duele intentar aspirar con fuerza y sólo te sale una tos que se vuelve tu odiada y permanente compañera en los días venideros.
La fiebre llega en combo. Dolores de cabeza, coyunturas y te enteras que hay ganglios en ciertas partes de tu cuerpo de los que no tenías ni idea.
El mundo pierde su aroma y comer sabe amargo.
Las noches se sienten largas y más aún si te aprietan el pecho. Hasta pareciera que hay un duendecillo que se convierte en asistente del Covid para apretarte la nariz y la boca al mismo tiempo, ponerte zancadillas, golpearte la espalda y poner peso en tus piernas para que no camines.
Los médicos te guían y te dan los mejor que la ciencia pone a tu disposición. Es una batalla en la que sólo cuentas con tu sistema inmunológico para enfrentar toda la potencia del virus.
Tomas todo lo que te aconsejan: antibióticos, tabletas para los bichos y brebajes enviados por amigos de lo natural.
En medio de todo, llegan mil mensajes y uno solo quiere concentrarse en la pelea para no darse por vencido.
Mi rutina diaria cambió, cada mañana abro las ventanas para cargarme de aire puro, pero respirar todavía duele.
Mi ejercicio del día es acomodar mi cama, que descansa de mí por un rato. La lavandina (por fin volví a sentir su aroma) es el arma mortal que usamos a diario para eliminar el virus del piso y de lo que se pueda limpiar.
Agitada de tanto afán, la ducha se convierte en el escenario en el que la tos hace de las suyas.
Lo que antes me tomaba 10 minutos, ahora requiere al menos 40 minutos. Apenas algunas cosas antes de volverme a encontrar con mis almohadas.
Estoy en el día 20, mi pelea continúa y la tos también.
Es cuestión de tiempo dicen. Hoy tuve la bendición de seguir respirando, con menos dolor y bocanadas más grandes de aire.
El virus se va alejando, pero sé que la lucha seguirá, incluso cuando él ya no esté.
PD. Gracias a mis doctores que estuvieron pendientes de mi estado Gabriela Antelo Pomacusi y Douglas Villarroel Que Dios los bendiga.
*Tomado del perfil de Facebook de Nona Vargas.
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